Preámbulo y Alumbramiento

Preámbulo y Alumbramiento



Aquí nace este blog colectivo y abierto. Unos cuantos “atrevidos”, apasionados de la cultura en sentido amplio, lo ponen en marcha simplemente porque sí, porque todo camino empieza con un primer paso y porque alguien debe echar a andar un proyecto, sin más. Pero no se trata de inaugurar algo -que para cortar una cinta sobrarían gerifaltes voluntarios- sino más bien darle un primer empujón y que tenga continuidad. Los colaboradores iniciales quieren sólo promover e impulsar, no capitalizar este espacio. Lo ideal sería que el blog se nutriese con la aportación de muchos entusiastas que tienen algo que mostrar y se deciden a hacerlo, asumiendo y respetando la fórmula, la filosofía y los principios recogidos en el decálogo del blog. Ellos son los invitados a participar, ellos son los elegidos.

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sábado, 12 de septiembre de 2015

A pillar

Hay una obsesión casi enfermiza en tanta, mucha, demasiada gente por pillar al prójimo en un renuncio, un lapsus, un error. A ver si el otro se ha equivocado, ha metido la pata o ha tenido un despiste y, lo más importante, ¡yo me he dado cuenta, así que a restregarlo! Aunque el fallo sea una chorrada disculpable, o aquello que siempre se dijo de los duendes de la imprenta. Da igual, el orgasmo para muchos se produce sin más con el hallazgo.
 
El narcótico faceebok está repleto de comentarios que lo prueban, pero no sólo. En la calle, en los bares, en la vida diaria: un tipo se excita cuando cree haber cazado una errata en el papel; a otro le emociona ver un número duplicado, un baile de fechas, una pifia en un cartel, un gazapo en un programa. Por lo visto, las equivocaciones de los demás actúan como lubricante para ellos, pobres frígidos. Y si finalmente el descuido no es tan grave o el error ni siquiera es tal error, entonces se produce el gran chasco, el gatillazo, ¡mierda, creía haberle pillado y no es así…! y se les baja de golpe, infelices.

Vale. Allá ellos/as, allá cada cual y sus tiñosos estímulos, no hace falta ser sociólogo ni psiquiatra, basta conocer un poco la comunidad para atreverse a rubricar que el mezquino espíritu de afear y destruir labor ajena no es la senda y que con esa filosofía una sociedad no avanza un ápice y que el pueblo que así reacciona lleva dentro el germen de la autodestrucción.


Vale. Algunos son humanos y yerran. Llegados a este punto, a riesgo de ser pedantes, repetiremos lo que exclamaban los atenienses a la llegada de Pompeyo: “tanto más Dios eres cuanto más hombre te reconoces”. Pues eso.

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