Preámbulo y Alumbramiento

Preámbulo y Alumbramiento



Aquí nace este blog colectivo y abierto. Unos cuantos “atrevidos”, apasionados de la cultura en sentido amplio, lo ponen en marcha simplemente porque sí, porque todo camino empieza con un primer paso y porque alguien debe echar a andar un proyecto, sin más. Pero no se trata de inaugurar algo -que para cortar una cinta sobrarían gerifaltes voluntarios- sino más bien darle un primer empujón y que tenga continuidad. Los colaboradores iniciales quieren sólo promover e impulsar, no capitalizar este espacio. Lo ideal sería que el blog se nutriese con la aportación de muchos entusiastas que tienen algo que mostrar y se deciden a hacerlo, asumiendo y respetando la fórmula, la filosofía y los principios recogidos en el decálogo del blog. Ellos son los invitados a participar, ellos son los elegidos.

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martes, 2 de julio de 2013

Escaño y dieta

“Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón”
( Celine, Viaje al fin de la noche)

Después de trabajar durante medio siglo en el campo, al sol, al agua, al frío… segando, trillando, regando, lavando… a esa pobre mujer le ha quedado una puta pensión de quinientos y pico euros cada mes. Yo lo conozco bien, sé de qué hablo.

Sesenta caraduras congresistas cobran tres veces más (exactamente 1.823 euros mensuales, a mayores de su millonario sueldo) solo en concepto de plus, de dieta, por ser de fuera aunque todos tienen casa en Madrid, etcétera. Y el Tribunal Supremo bendice esa fechoría. Sin vergüenza todos, diputados y jueces.

¿Hay derecho a eso, debemos soportar tanta injusticia? ¿Es legítimo tanto desequilibrio, tanto agravio?

Hay que ver, cómo han cambiado el lenguaje y la moral.
Antes el escaño era un banco de madera que había en la cocina, en el que descansaban mientras comían –si había qué- los sufridos hombres rurales después de sudar la gota gorda. Ahora el escaño es el suntuoso triclinio en el que sus señorías bostezan y se insultan entre sí, donde posan sus obscenos culos, exhiben impecables corbatas italianas y levantan su adulterado dedo cuando les ordena el jefe.
Antes la dieta era el ayuno frecuente –demasiado habitual- que les quedaba a los pobres hombres rurales cuando no había nada que echar en el plato. Ahora la dieta es una desorbitada recompensa indecente otorgada a sus señorías por ir de turismo laboral a la capital de la nación.
Cuánto sarcasmo.

J. Cuesta

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